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Cirugía Andaluza | 2019 | Volumen 30 | Número 1 - Febrero 2019

Datos de la publicación


Benjamín Narbona Calvo


Benjamín Narbona Calvo

Tocan momentos difíciles de mí ya larga vida, despedir a un amigo, un discípulo en los primeros tiempos; un maestro el resto de nuestra vida en común. Benjamín no gustaba de actos oficiales, ni de grandes discursos. Se me ha pedido escribir esta despedida, la de casi cuarenta años compartiendo cirugía y amistad. Siguiendo sus enseñanzas, intentaré usar el lenguaje sencillo y preciso que utilizaba.

En 1981, Benjamín Narbona Calvo se incorpora como residente, al Servicio de Cirugía I (Prof. Arcelus Imaz) del Hospital Clínico Universitario de Granada. Rota por la unidad de cuidados intensivos quirúrgicos, llevada por nosotros, cirujanos. Descubrimos un joven cirujano que muy pronto demostró una enorme capacidad de síntesis. De su boca salen solo las palabras justas para delimitar un problema y plantear la respuesta adecuada. Lo hace siempre con una sonrisa.

El noble oficio de la cirugía, era, con él, un paseo tranquilo, metódico. No recuerdo que Benjamín perdiera nunca la mesura en situaciones difíciles. Desde sus inicios tenía el temple, la audacia y la elegancia de un maestro. Estas capacidades tenían su enorme complemento humano: hablaba con el paciente, explicaba, animaba y, muchas veces, a deshoras, cuando percibía que el miedo o la desesperación seguían vigentes, volvía y seguía transmitiendo esta serenidad que le era inherente.

Fuera del hospital seguía siendo este chico simpático, jovial, enamorado de la medicina y de sus pacientes. Enamorado también de Granada y de la vida en sus mil facetas. Benjamín tenía una enorme capacidad de querer con sosiego e inteligencia. En aquel entonces también conocimos a la mujer de su vida, Chelo, su compañera hasta el último día.

Terminando su residencia, yo me estrenaba como jefe de servicio de Cirugía del Hospital Torrecárdenas (Almería), a los pocos meses de finalizar la residencia, se incorporó a nuestro equipo. En Almería, Benjamín era el de siempre. Un ser positivo cuyos comentarios en las sesiones matutinas aportaban rigor científico con, a menudo, una pizca de humor que siempre me pareció una muestra de humildad. Nunca observé un atisbo de lucimiento personal, solo la intención de ofrecer la mejor opción al paciente. Fue un motor decisivo para crear un grupo de trabajo con voluntad y capacidad de mejorar la cirugía en todas sus facetas. Diez años más tarde, obtuvo la plaza de Jefe de Servicio de Cirugía del Hospital de Poniente, en El Ejido (Almería).

Por aquel entonces me tocó vivir como paciente al Dr. Narbona. Fui intervenido de tiroides y él fue el elegido. Quizás solo este gesto pueda hacer entender a los cirujanos que leen este texto, la confianza que Benjamín inspiraba. Los recuerdos que tengo de esto llevan el sello inconfundible de Benjamín Narbona. A primera hora llegó Benjamín a mi habitación, me cogió del brazo, sonriendo, nos fuimos andando juntos al quirófano sin prisa, como si el camino al destino, el suyo como cirujano, el mío como paciente, nos esperase al otro lado. Siempre recordaré este gesto y esta sonrisa tranquilizadora del médico y de mi amigo.

No viví con él en el Hospital de Poniente, pero sí sabía de una entrega absoluta a su trabajo y a sus compañeros. Completaba su labor con la incorporación a una ONG de la provincia de Jaén, El mismo explicaba con sencillez que su actuación en este entorno no respondía a conceptos políticos ni religiosos, simplemente tenía claro que, como todos nosotros, había tenido la suerte de nacer en el primer mundo, libre de violencia, hambre y miseria. Consideraba su obligación aportar a los desheredados de la vida lo que él había recibido y aprendido.

En numerosas ocasiones, los cirujanos y personal de su hospital me hablaron del Jefe. Los comentarios eran siempre los mismos y a la vez diferentes: Su enorme calidad como persona y como cirujano, su apoyo constante a sus compañeros, la capacidad de responder a una llamada cualquier día a cualquier hora...

Hace unas semanas hicimos un almuerzo para despedirnos como él lo hubiera querido. Allí estábamos la vieja guardia de Torrecárdenas y los compañeros de Poniente, surgieron mil anécdotas, en el comedor pasaban imágenes de nuestro amigo, sensación de orfandad de los más jóvenes ...

Querido Benjamín, para ti emplearé una reflexión de Saint Exupéry:

“Sabías, siempre supiste que, colocando tu piedra, ayudabas a construir el mundo”.

Gracias por tu amistad, por tu sonrisa y por tus lecciones que nunca quisieron serlo. Lo correcto es finalizar con DEP, querido amigo, pero saltándome el protocolo, te diré, como en otros tiempos, hasta más ver, Benjamín.

Ricardo Belda Poujoulet. Cirujano