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Cirugía Andaluza | 2018 | Volumen 29 | Número 3 - Agosto 2018

Datos de la publicación


Profesor D. Eugenio Arévalo Jiménez


CORRESPONDENCIA

Pablo Parra Membrives

En representación de los miembros del servicio de Cirugía General y Digestiva del Hospital Reina Sofía de Córdoba

Profesor D. Eugenio Arévalo Jiménez

Hace poco más de un año que nos dejo el Profesor Arévalo. Hace ese tiempo que nos dejo un cirujano. Al hablar de un cirujano, decía Ogilvie, “debemos considerar las cualidades de la cabeza, el corazón y la mano. La grandeza de la mano es la grandeza del momento, que dura solo lo que dura la habilidad y se olvida a los pocos meses de la jubilación o la muerte. La grandeza de la cabeza lleva a un lugar seguro durante la vida y después al recuerdo. La grandeza del corazón ofrece una influencia personal en los pacientes y alumnos y un nombre que vivirá entre ellos durante una o más generaciones. Cuando la grandeza de la cabeza y el corazón se combinan traen la inmortalidad”.

D. Eugenio adquirió pronto la grandeza de la mano, bebiendo en las mejores fuentes del momento en que le tocó vivir. Su infancia, como la de Antonio Machado “son recuerdos de un patio de Sevilla”. Formado al abrigo del Profesor Sebastián García Díaz y José María García Bravo-Ferrer, trabajó en el hospital de las Cinco Llagas, en el San Pablo y en el Virgen Macarena. Con 29 años ya fue Jefe de Cirugía del Hospital Clínico de la Laguna en Tenerife. En 1977 regresó a su Córdoba natal, como profesor adjunto de la aún en pañales Facultad de Medicina y como cirujano del recién construido hospital Reina Sofía. En ambas desarrollaría su labor hasta su jubilación en el año 2013 como Catedrático de Cirugía y Jefe de Servicio de Cirugía Digestiva. A él le debemos muchos de los avances quirúrgicos que ha aportado este hospital hasta la actualidad, en campos como la cirugía hepato-bilio-pancreática, ecografía intraoperatoria o la cirugía bariátrica.

La grandeza de la cabeza le animó a formar parte importante e impulsora de múltiples sociedades científicas, y a él, entre otros, le reconoceremos siempre el espíritu y la decisión necesaria para poner en marcha nuestra Asociación Andaluza de Cirujanos. Treinta y cinco promociones de Medicina y otras tantas de residentes de Cirugía compartimos tu docencia que siempre impartiste de un modo práctico y cercano y de ti aprendimos que la cirugía no es un arte ni un negocio sino una forma de vida. Nos enseñó, como escribió Goethe, que “el cirujano se ocupa de la más divina de todas las profesiones: curar sin maravillas y realizar maravillas sin palabras”. Pero, además, como espíritu inquieto, no limitó su actividad quirúrgica al entorno de la sanidad, publica y privada, sino que la aplicó a otra de sus grandes pasiones, el mundo de los toros. Cirujano jefe del equipo médico del coso de “los Califas”, se “cortaba la coleta” en 2015 tras más de veinte años en los que desde el callejón, enfrente de los toriles, evaluaba, tan pronto como salía el toro, el riesgo de la faena. Su conocimiento en este campo le llevo a ser nombrado presidente de la Casa del Toreo. De igual manera, su inquietud intelectual le movió a promocionar la cultura cordobesa integrándose y presidiendo la asociación Foros de Córdoba.

Pero si algo caracterizó al profesor, y sin restarle importancia a lo expuesto hasta ahora, fue su grandeza de corazón. Las civilizaciones clásicas se empeñaban en conservar la inmortalidad construyendo grandes templos con estelas incrustadas en la piedra contando lo grande e importante que había sido tal o cual faraón o rey. Sus sucesores o, si no, el tiempo se ocuparon con frecuencia de borrar sus nombres de la historia. Hoy, mucho mas humildes, sabemos que este tipo de inmortalidad no sirve para nada. La inmortalidad realmente importante se consigue permaneciendo en el recuerdo de nuestros familiares y amigos, en la reproducción y transmisión de todo aquello que aprendimos de nuestro maestro. Una gran familia de la que forman parte no solo su mujer, Avencia, que compartió todas la alegrías y preocupaciones de su vida tanto personal como profesional, y sus seis hijos, sino también todos aquellos, médicos, enfermeros y auxiliares que colaboramos profesionalmente con él y una cohorte innumerable de amigos ajenos a esta profesión con los que solía salir a pescar, cazar, o reunirse al ver los partidos del Betis (que una cosa es el fútbol y otra el Betis), sus otras grandes pasiones.

Dijo Percivall Pott: “Mi lámpara casi se ha apagado. Espero que se haya quemado para el beneficio de los demás”. Nosotros, Eugenio, te decimos que tu lampara, antes de apagarse, ha prendido en muchas otras y su luz permanecerá durante largo tiempo. Siempre te recordaremos como un gran maestro, jefe y amigo.

A. Membrives-Obrero

En representación de los miembros del servicio de Cirugía General y Digestiva del Hospital Reina Sofía de Córdoba.