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Cirugía Andaluza | 2017 | Volumen 28 | Número 4 - Noviembre 2017

Datos de la publicación


Profesor D. Ignacio Mª Arcelus Imaz


Profesor D. Ignacio Mª Arcelus Imaz

El profesor Arcelus, Miembro de Honor de la ASAC, D. Ignacio para todos nosotros, sus discípulos, falleció el pasado día 15 de junio. Para los que tuvimos el privilegio de tratarlo y de recibir sus enseñanzas, su desaparición evoca multitud de vivencias, íntimamente ligadas a nuestra profesión y, personalmente, me hace sentir, dolorosamente, la pérdida de una referencia esencial en mi vida: la del maestro y el amigo con el que tantas cosas he compartido durante más de cincuenta años.

D. Ignacio ha dejado en la Facultad de Medicina de Granada el testimonio de una labor fecunda, realizada tenaz y calladamente durante diecisiete años de trabajo de respeto a los demás, de amistad y de ejemplo. Producto de ello somos sus discípulos a los que, día a día, nos enseñó el arte y la ciencia de la Cirugía.

Porque D. Ignacio realizó su oficio de enseñar entregando el corazón, no conociendo el rencor, sin utilizar jamás la maledicencia, con generosidad extrema y respeto a las opiniones ajenas.

El profesor Arcelus era un vasco, guipuzcoano (Segura, 8 de julio de 1921). Su nombre, sus apellidos, su recia anatomía y su insobornable fidelidad a la buena mesa, no dejaban espacio a la duda. Un vasco que en la vieja Castilla (Burgos y Valladolid) encontró mujer y maestro, y que en Andalucía (Cádiz y Granada) forjó familia y discípulos.

Con un brillantísimo expediente académico, plagado de premios, realizó al lado del profesor Vara López, en Valladolid y en Madrid, su formación como cirujano y como docente. La Cirugía y la Universidad: los dos grandes pilares que sustentaron su vida y el maravilloso ministerio de enseñar a los hombres a ser hombres.

En una vida larga y comprometida como la suya, y en una profesión tensa y competitiva como la nuestra, D. Ignacio logró la difícil tarea de no conseguir desafectos ni procurarse enojos. Porque fue un hombre de avenencia, de conformidad y de concordia. Sólo no perdonaba la ingratitud, porque estaba convencido de que, en la tormenta de la vida, cualquier tipo de maldad es el trueno. Y la ingratitud es el rayo. Y el trueno asusta, pero el rayo mata.

La gratitud, que practicó, fue una de las claves de su carácter, que la hacía ver el lado bueno y grato de las personas y las cosas.

D. Ignacio fue, sin duda, un tipo excepcional por su inteligencia y su sentido del humor, su gracia humana. Con despistes geniales, pero siempre atento y sabiendo distinguir las cosas serias de las accidentales. Con una batalla desigual e inmisericorde con el reloj. Creo que había interiorizado que, sin el tiempo, el mundo perdería la angustia de la espera y el consuelo de la esperanza, y decidió vivir sin la primera y disfrutar de la segunda.

Sólo se tiene esperanza si se posee ilusión, y D. Ignacio fue un hombre rebosante de ilusiones: por seguir aprendiendo, por seguir actualizando sus conocimientos, por seguir disfrutando con la amistad.

Con este convencimiento, D. Ignacio fue pronto consciente de que el impresionante desarrollo y el cúmulo de conocimientos en la Medicina no podían ser abarcables por una sola persona si se quería realizar una cirugía adecuada a los saberes médicos. Y, consecuentemente, fomentó el crecimiento de las especialidades en su propio servicio.

El profesor Arcelus fue un testigo excepcional de una etapa, no menos excepcional de la evolución de la Cirugía. Cuando, el entonces alumno, Ignacio Arcelus llega al servicio del profesor Vara en Valladolid, corre el año 1942. La anestesia general, a los pacientes que iban a ser operados, la administraba el “interno”, casi un recién llegado, con un aparato, el Ombredanne, que hoy es pieza codiciada en cualquier museo médico.

En la cirugía actual, por ejemplo, ha dejado de ser noticia el éxito logrado con los trasplantes de órganos, como el hígado o el corazón. Sobrevivir, solamente, en medio de tan vertiginosa sucesión de hechos y conocimientos precisa, indudablemente, de estudio, inteligencia y tesón y, sobre todo, ausencia de todo dogmatismo. D. Ignacio, verdadero hombre de ciencia, fue capaz de asumir tan formidable desafío y ejercer y enseñar, con brillantez y eficacia, la Cirugía de nuestros días.

Nos ha dejado el maestro. Sus dichos, sus actitudes en el quirófano, siempre respetuoso y enérgico, perdurarán en nuestra memoria.

Un hombre dotado de unas poco comunes cualidades naturales y una excepcional y vigorosa personalidad humana que ha sabido mantener inalterable a lo largo de los años y las circunstancias; porque, frente a ellas, D. Ignacio supo criticar sin humillar, discrepar sin agredir y comprender sin abdicar. Un hombre convencido del valor del diálogo frente al inmovilismo y la intolerancia, de la fuerza de la razón frente a la razón de la fuerza.

Para sus hijos, Juan Ignacio y Patricia y, sobre todo, para Cheluqui, su esposa, nuestro recuerdo emocionado. Querido D. Ignacio: siempre lo recordaremos.

José María García Gil

Catedrático de Cirugía

Universidad de Granada

Granada, octubre 2017